- Blanca Jal
- 30 nov 2022
- 4 Min. de lectura
Soy yo muy de San Eloy. No tanto por devoción, sino más bien por alusiones. El caso es que, por estas fechas me entra a mí una necesidad imperiosa de hacer balance, a ver cómo ha ido el año y si estamos a tiempo de tachar algo de la lista de propósitos que se quedó por ahí en enero…

Y mirando por encima mi 2022, más me habría valido hacer el balance como el IVA. Por trimestres. Porque a estas alturas, analizar mi año es, prácticamente, inabarcable.
No sabría decir si me ha cundido más de la cuenta o si he ido como pollo sin cabeza y los acontecimientos me han pasado como un tsunami al que, sencillamente, he dejado arrastrarme.
Control, control de la situación no es que haya tenido en todo momento, la verdad. Pero, ¿sabes esa sensación tan excitante de cuando te embalas esquiando, estás seguro de que te la vas a pegar y, de pronto, tocas nieve donde debes y sigues en pie? Pues algo así ha sido mi año, pero sin nieve. Porque nevar, no ha nevado. Quizá una de las pocas cosas que no han pasado…

Empecé el año con impaciencia. Muy propio de mí, aunque esta vez estaba justificada y ligeramente exacerbada. Bueno, sin ligeramente. Nada era ligero en aquel momento. Mucho menos yo, que andaba hecha una bola descontando días para terminar de hornear a mi tercera hija.
Una bola cargada de hormonas, dudas, molestias, contracciones, dolores y, para rematar, covid...
Feliz año nuevo, decían.

Sinceramente, si tuviera una charla con mi yo de enero, me daría mucha pena de mí misma y, aunque no se lo dijera, dudaría mucho de que esa yo pudiera levantar cabeza y estar hoy aquí. Creo que lo hizo, sobre todo, porque no sabía que no podía hacerlo. A veces, la ignorancia es un grado.
Si mi yo de enero tuviera una charla con mi yo de hoy, me dejaría hecha polvo con su toxicidad. Pasaría un ratazo culpando a otros de todos sus males y me darían ganas de darle una colleja. De hecho, en algún momento, se la di…Y reaccionó.
Mi yo de hoy ha aprendido a coger el toro por los cuernos. A asumir su responsabilidad. A cambiar lo que está en sus manos. Y a aceptar lo que no. Y, vale, nada de esto estaba en mi lista. Pero, ¡toma tic! Me apunto el sugus. De piña, que me encanta.

Y es que este año ha sido una montaña rusa. No sé cuántas cosas he hecho por primera vez. A mi edad, manda narices. Ni cuántas he hecho por décimo quinta, aun sabiendo que no es que fuera a meter la pata, es que la pata se iba atascar en el barro a un nivel peligroso.
Ha sido un año maravilloso y de mierda todo en el mismo minuto.
No cambiaría nada y cambiaría mil cosas. Pero, como no tengo botón de rebobinar, me quedo con lo aprendido y todo lo ganado.
Lo mejor: tengo una niña que me vuelve loca. Es mi absoluta debilidad. Me da y me quita toda la energía, que ni se crea ni se destruye. Se transforma. Y me ha transformado.

Me ha hecho ver la vida de una forma tan diferente. Y ya no hay vuelta atrás. La niña potencia que siempre fui ha explotado. Y ahora mismo, el tsunami soy yo.
No sé si he cumplido mis propósitos, pero si sé que este año he aprendido. Y mucho.
He aprendido que lo primero que hace falta para renovarse es aceptar que algunas cosas del antes, desparecen para siempre. Hasta luego.
He aprendido que el tiempo no vuelve. Aprovecha el hoy. San Eloy. Es el mejor día para hacer eso que te cuesta, te asusta, te acobarda o te limita.
Que no hay yo solo que valga. Pide ayuda. Rodéate de gente buena y capaz de ayudarte. Si pudieras solo, no viviríamos en sociedad. Recuerdos a Locke.

He aprendido a perdonar. A pedir perdón. Y a perdonarme. Los errores se pagan. Pero son para aprender y seguir p’alante. Y punto.
He aprendido a confiar. ¿En qué momento me cegó tanto la soberbia como para no hacerlo? Hay cosas que exceden de nuestro entendimiento y capacidad. Confía.
He aprendido a quererme. A valorarme. A ponerme en mi sitio. Y, con eso, creo que quiero, valoro y pongo en su sitio a los demás mucho mejor.
He aprendido a decir no. Y ¡qué liberación! Esto ha sido un puntazo.
A no sentirme culpable. Al menos, no por todo y en todo momento. Si no llego. Si me equivoco. Si meto la pata. Pues lo arreglo. La culpa mental es un taladro que te descentra de lo importante.
¡Ay, lo importante! Que importante es y qué difícil combinarlo con lo inmediato.

A relativizar y medir ambas cosas, sigo aprendiendo. Tampoco vamos a dejar 2023 sin propósitos, ¿no?
He aprendido que los amigos de siempre, siempre están y estarán ahí. Pero que existen amigos nuevos que son pura vitamina y tiene todo el sentido que aparezcan más tarde. Y lo hacen para quedarse. Los amigos, la familia que se elige, es de las cosas más bonitas que no pasa en la vida. Porque nunca dejan de surgir y siempre están ahí para llorar. Para reír. Para crecer.
He crecido. No en centímetros. He crecido por dentro. Y se me sale la alegría para fuera. Como esa masa madre que dejas 24 horas en la nevera y cuando vuelves a mirar, desborda el molde.
Me he vuelto más y menos competitiva. He dejado de competir con los demás. Y compito más fuerte conmigo misma. Quiero y puedo dar más. Pero no pierdo la perspectiva, hay que seguir trabajando, pero también mirar los avances y sentirse bien por ellos.
He aclarado las ideas. Me faltan piezas del puzzle, pero lo veo. ¡Veo el puzzle!
Y pienso completarlo.
Sé que, para algunas cosas me falta fuerza. Pero ya se sabe: más vale maña que fuerza.
Y sí, ahora me siento un poco más jerezana, pero maña soy y maña seré. Que también he aprendido que este nuevo arraigo no debilita mis raíces.
Así que, gracias 2022, que por poco no me has matado, pero me has hecho más fuerte. Mi balance, después de todo, es más que positivo.