El sí de las niñas
- Blanca Jal
- 21 jun 2022
- 3 Min. de lectura
A veces llega un momento en que te haces viejo de repente
sin arrugas en la frente, pero con ganas de morir…
A veces estás tan atascado, tan bloqueado, tan inmerso en la vorágine de los días que te vas dejando llevar por la inercia, tanto, tanto, que cuando te quieres dar cuenta no reconoces a la persona en que te has convertido. Y no se trata de discernir si esa persona es mejor o peor. Sencillamente, no eres tú y, tarde o temprano, te explota en la cara. Porque el espectáculo debe continuar, pero en algún momento los actores vuelven a casa y tienen que dejar de interpretar para poder respirar.

Y ahí está tu voz interior, silenciada por ti mismo, por tu entorno, porque sí, intentando hacerse oír. Cuando algo hace click y, en bajito, la reconoces por primera vez en un tenue te lo dije.
Te lo dijiste tú. Te lo dijeron otros. Directa o indirectamente, las advertencias llegaron de tantas formas que, ahora las recuerdas, una a una, aunque las escuchas por primera vez. Y te preguntas cuántas justificaciones y excusas pusiste para solo oír. Para dejarlo ir. Cuántas veces pusiste el grito en el cielo, pero te comiste las lentejas.
Tú, que recitabas el catecismo para el aplauso de Doña Pilar. Tú, que creías que la rebeldía estaba en acortar el uniforme y fumar detrás de los vestuarios. Tú, que cruzabas el Primo de Rivera de noche para tomarte un café donde Bernardo, antes del latín de las 8.
Tú que eras tú ¿quién eres?

¿Cuándo dejaste de poder con todo? O más bien, ¿cuándo empezaste a creer que tenías que poder con todo? Que tragarlo todo. ¿En qué momento hiciste del manual de los buenos modales tu biblia y de los demás tu conciencia?Soñabais con ser mayores y ¡qué decepción, my friend! Soñabais con tener y ahora que lo tenéis, solo soñáis con ser.
Pero la ley del embudo se impone. Y tus opciones, al contrario que tu cintura, se estrechan.
No hay mayor imposición que la amable. La del dar por hecho. La del darte por hecho. No hay voz más eficaz que la que no se eleva. Ni engaño más potente que el que te haces a ti mismo. A ti sin tilde. A ti sin más. Y ahora estás ahí sentado. En un viejo Cadillac. Segunda mano. Y probablemente te habrás olvidado.
Como Guille Milkyway en Superguay. Tan guay que a su lado resultas francamente…insustancial.
No eres más que amarga atención a sus incertidumbres
y sus ingratos toques de humor.
Y ya no te ve.
Ya no te escucha. Sólo te asusta. Qué desdén…
Un granito de arroz.
Una micra.
Un neutrón.
Un paramecio.
Un microchip nipón.
Sin microscopio ya no te veo.
Tú, diminuta.
Y él tan grande como el sol.

Y ya no sabes si necesitas un eclipse. Un milagro. Un bofetón. O al barbero de Tarifa. Tal vez necesitabas un fallo tecnológico. Un error de cálculo. Una noche loca. O quince gin tonics.
Puede que te hiciera falta aborrecer la ensaladilla. Comprarte un vestido caro. O dejar de escuchar a Jaques Brel. Qué afán tan absurdo buscar el punto de inflexión cuando ya ha pasado. Si a toro pasado, todos somos Manolete. Y ahí vas. Sin capote. Sin estoque. Cuesta abajo. Y sin frenos. Sin plan B. Sin acceso a la zona VIP. Sin medida. Ni siquiera del Pilar. Sin ases. Y sobre todo, sin nada que perder. Como aquél que ya lo ha perdido todo. Como Easton Ellis, en Menos que Cero.
Como Urquijo, que -aunque tú ya lo sepas -ha dormido en el coche.
Como Aute, que quería bailar slow with you tonight por más que os pille el estúpido de tu marido.
Como Summers, que sigue temblando, intentando ordenar palabras para no hacerte tanto daño.
Como Algora, que adora a las pijas de su ciudad, y a los casi treinta y tres, se esforzaba en averiguar el secreto de sus besos y lo cambiaba por amor…
Como Lady Madrid, tan difícil de coger.
Que ni los héroes de barrio ni contigo también. La estrella de los tejados…Lo más rock and roll de por aquí.
Y si algunos todavía dudan si vas a volver...
Puedes decirles que sí.
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