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El poder de la palabra

  • Foto del escritor: Blanca Jal
    Blanca Jal
  • 17 abr 2024
  • 4 Min. de lectura

Yo quería dedicarme a escribir. Siempre tuve una relación muy especial con las palabras. Me parecía -me parece -fascinante que, al menos en español, siempre exista una para definir con exactitud lo que sientes, lo que quieres decir. Que tengamos semejante amplitud de conceptos para expresar todo. Petricor, ese olor único a lluvia sobre tierra seca. Limerencia, locura de amor, que te impide pensar, por la atracción hacia otra persona. Resiliencia. Melifluo. Ataraxia. Iridiscencia. Qué fascinante precisión y fuerza tienen.


Son las palabras una forma maravillosa de conectarnos con el mundo. Como si, cada vez que descubres esa que coincide exactamente con lo que ves o cómo te sientes, supieras que antes que tú alguien también lo sintió. Y tuvo además la necesidad de ponerle nombre. Como si cada palabra preexistente te hiciera saber que todo lo que te ocurre, le ha pasado a otros muchos. Como saber que no estás solo. Que lo que sientes no es ni tuyo, ni nuevo. Y, en según qué situaciones, es un alivio.



Son las palabras una herramienta poderosísima para identificar, encauzar, acotar y desahogarse. Son las palabras, tuyas o ajenas, las amigas más precisas y que mejor acompañan al corazón y la cabeza. Tienen, solo ellas, la capacidad de convertir lo grave en relativo; lo reparable en roto; lo muerto en dormido.

No es lo mismo, o si lo es, treinta niños asesinados en una masacre, que una operación militar con daños colaterales. No suena igual. No te conmueve igual.


Y es que elegir la palabra es elegir el sentir que le sigue. Puede que por eso -y no por corrección -tiendo a evitar palabrotas. Qué palabra tan curiosa. Palabrotas. Antes no decía ni una. Luego, me empezaron a hacer gracia. Quizá porque iban encajando con lo que quería expresar.



Dime cómo hablas y te diré quién eres. Dime qué palabra escoges y te diré a dónde te lleva. Porque a veces no eliges cómo sentirte, pero sí puedes elegir cómo hablarte.


"Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras;

Cuida tus palabras, porque se convertirán en tus actos;

Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos;

Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino."

Gandhi


Si donde no ves salida, entiendes que habrá otro camino. Si donde te sientes morir, entiendes que es porque estás vivo. Si donde te has quedado sin opciones, entiendes que te has llenado de experiencia, estarás dando a tu destino nuevos hábitos; serás capaz de mejores actos; encontrarás nuevas palabras y alimentarás más prometedores y optimistas pensamientos. Y no. No es fácil arrancar. Cuando todo está en contra. Cuando pareces un títere agigolado. Cuando no sabes por dónde empezar y ni siquiera sabes si quieres. Cuando no encuentras las palabras. O las que encuentras no colaboran.



Y ahí, creo yo, es dónde las palabras despliegan su maravilloso poder y te regalan el más trascendente y profundo sentido de pertenencia. Porque el arranque no está en tus palabras. Sino en las de aquellos que un día las dejaron escritas. Un libro. Un poema. Un grafiti en la pared.

Un Cortázar logrando que te rías de ti mismo con sus “Instrucciones para llorar”. Un padre que te recuerda que “lo bueno es enemigo de lo mejor”. Una amiga que te habla del poder del sí. Un niño que te dice, con total convicción, que eres lo mejor.

Es Shakespeare, en su Mucho ruido y pocas nueces, cuestionando ¿por qué sufrir? Dejadlos ir. Es Kipling instándote a guardar en tu puesto la cabeza tranquila, cuando todo a tu lado es cabeza perdida. Es Donne, para Hemingway, explicando que nadie es una isla completa en sí misma. Es Machado, con su se hace camino al andar. Y, al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.



Es Don Ángel arrancándome la risa con su poco pirata para tanto barco. Es el calendario, dando sentido a ciertas fechas, sin que tú puedas evitarlo. Son las locas de la tabarra, bautizando a una batidora. Son esas tontadas que leo en Instagram con las que me parto, como la de los dos libros que tiene la vida: La Biblia, que explica que nos amemos; y el Kamasutra, que explica cómo. Son esos mensajes de buenos días, ¿cómo estás hoy? Y, aún más, los de buenas noches.

Son las palabras de los demás las que pueden transformar las tuyas cuando no ves el camino. Las que te dicen. Las que te callan. Las que te cantan. Las que te abrazan. Son las palabras de los demás las que te ayudan a encontrar las tuyas. Y a cambiar tus pensamientos, tus creencias y tu forma de sentir.


Son las palabras esas compañeras en las que siempre confío, aunque todo cambie. Son el ceteris paribus de mi vida y de la de aquellos que, como yo, las quieren.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Y yo les digo que una palabra evoca más de mil imágenes. Y que cada una que se escribe, se pronuncia o se escucha, tiene en su receptor un impacto diferente. Cierras los ojos y ¿qué ves ante la palabra casa? Nunca lo mismo que otros, ni lo mismo que tú en otro tiempo. Madre. Amor. Familia. Felicidad. Libertad. Coherencia. Respeto. Salud. Suerte. Amigos. Ay, amigos, qué fortuna si los piensas y ves lo que yo veo. Qué palabras tan buenas y útiles me prestan últimamente. Qué sinestésico efecto producen en mí en tan oportuno momento. Y siempre.



 
 
 

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