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Los últimos serán los primeros

  • Foto del escritor: Blanca Jal
    Blanca Jal
  • 4 ago 2024
  • 3 Min. de lectura

Oigo decir en una zapatería que todo podía recolocarse en su lugar. Me he mirado las tetas esperanzada. Llámenme agorera, pero me ha salido solo (es zapatería de confianza):

-Hombre, todo, todo, no.

Bendita lactancia materna. Y esos niños tan saludables que jamás veré llegar a viejos gracias a mis renuncias.



Y es que, digan lo que digan, hay cosas que nunca vuelven. Y punto. Como las primeras veces. Que son primeras. Y, por tanto, únicas. Solía creer que eran, por ello, muy especiales. Pero, mire usted, tampoco son para tanto. Están sobrevaloradas.

Las primeras veces son, muchas veces, un desastre total. Y, otras veces, no tienen nada de especial.



Yo no sé cómo de idealizado tendrá el lector su primer beso, por ejemplo. El mío, yo confieso, no fue nada del otro jueves. De hecho, era sábado. Y no entro en detalles de palabras mayores, pero tampoco las recuerdo para fuegos artificiales. Recuerdo increíble mi primer concierto. Ese sí fue único e irrepetible. Michael Jackson, nada menos. Y además fue la primera vez que salí con bolso. Qué ilusión me hizo todo junto. Y mi primera noche sin hora. Que me la volvieron a poner porque llegué a las nueve y media de la mañana. Joder, sin hora es sin hora, ¿no?



Y mi primera novela con páginas que se subían de tono. No comenté nada en casa. Y le pedí la segunda a los Reyes. Pura magia. Para cuando salieron las cincuenta sombras a mí eso ya me parecía pecata minuta. V.C. Andrews se ríe de Christian Grey, ya se lo digo. Tuve que buscar incesto en el diccionario y me quedé toa loca. Tenía catorce años y una creciente velocidad de lectura.



Del primer amor, imposible olvidarme. Daniel Tamayo. Cinco años. Estaba en mi clase. Y se fue a Pamplona para siempre. Hago un llamamiento, por si alguien lo tiene localizado. Lloré amargamente, según cuenta mi madre, al grito de “para un novio que tenía y que además sabía inglés”. A estas alturas lo del inglés no lo encuentro imprescindible. A mí, con que me hablen en plata, ya me va bien.

Si la vida te da limones, ya sólo te faltan la sal y el tequila. De nada.

En fin, que no sé qué tiene el personal con las primeras veces, pero yo soy más fan, en muchas cosas, de saber escoger las últimas.

Que dónde no te cuiden, sea la última vez que estás. Que a quienes no lo merecen, sea la última vez que les regalas tu tiempo. Tus ganas. Tu esfuerzo. Tu atención.

Que sea la última vez que lloras por algo que puedes resolver tu mismo. La última vez que te disculpas sin saber por qué. La última vez que dejas que otros cuenten tu historia. Que es tuya. Y punto.

Que sea la última vez que te faltas al respeto dejándote faltar al respeto. La última vez que no te tomas la última copa por si acaso. ¿Por si acaso qué? Última vez. Porque tú no eres un porsiacaso.

Que sea la última vez que te callas. Que normalizas lo anormal. Que no te escuchas.

¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?

La última vez que te crees que no puedes. Porque puedes. Vaya que si puedes.

La última vez que pones todos los huevos en la misma cesta. Que se te cae la cesta. Y te quedas sin tortilla.

La última vez que sientes miedo dentro y alivio fuera. La última vez que pides permiso para ser y perdón por estar.

La última vez que te pasas de dar explicaciones. No aclares, que oscureces.



La última vez que te arreglas para alguien que no seas tú mismo. La última vez que te mientes. Que no cumples tus propias expectativas. Que rompes tus promesas. Que esperas que las cosas vengan solas en vez de salir a buscarlas. La última vez que dices sí, cuando quieres decir no.



Qué difíciles son algunas últimas veces, pero qué poderosas pueden llegar a ser. Como si de una pequeña última vez saliera otra. Y luego, unas cuantas medianas. Y luego, una grande. Y otra más grande. Y cuando llega la definitiva, la mayor, la última última vez, se reinicia el programa y con qué gusto recibes las nuevas primeras veces.


Como si cuando ya creías que estaban cerrando, volvieran a servir copas. Y siguiera la música. Y la gente. Y las risas. Y el baile. Como si ya oliera a feria. Y tú ahí, saliendo de esa última vez. Mirándola, cara a cara, que es la primera. Y la vas seduciendo... a tu manera.









 
 
 

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