No eres tú. Soy yo
- Blanca Jal
- 26 feb 2024
- 2 Min. de lectura
No sé si esto me pasa a mí o es algo común. Muchas veces salgo del plano y veo mi vida en tercera persona y en tiempo real. Como un yo testigo del yo presente. Sí, lo sé. Es una rallada. Imaginen cómo es para mí que tengo que lidiar con sus observaciones y juicios. Figúrense la que se lía cuando llevo dos o tres copas y el otro se mantiene sobrio. No digas esto. Cambia esa cara. Vete ahora. Sonríe.

No se hacen idea de la paliza que me da cuando bajo la guardia. Y es que al yo testigo le cuesta trabajo dejarme ser y me insta a menudo al simple estar. Será que vemos difícil encontrar personas y ocasiones con las que ser y nos sobran personas y momentos en los que estar.
Quizá sea por eso que aprecio tanto la soledad a la que tantos temen. Esa independencia, esa autonomía que se acota a medida que estrechamos vínculos. Esa libertad que decrece y desaparece conforme avanza la vida.
Recuerdo una adolescencia en que ansiaba ser libre. De horarios. De exámenes. De hábitos y compromisos sociales. De ir a estos sitios y ver a esta gente. De cumplir y obedecer. De cubrir el expediente. Recuerdo pensar que de mayor haría lo que me diera la gana. Y ahora que hago de todo menos eso, anhelo el pasado, como entonces deseaba el futuro.

Lo llaman inconformismo. Y creo que forma parte del crecer. Como esos cangrejos que revientan de dolor y rompen el caparazón. Para luego hacerse uno nuevo, más grande. Es desde lo incómodo, como se avanza. Es desde el frío, como se inventa el fuego. Desde el hambre, como se aprende a cazar. Desde la necesidad, como se hace la virtud.
A veces lucho contra el yo testigo. Déjame en paz. Puedo soportar un poco de incomodidad. Eso no es paz, me dice. No me importa. Sí te importa. Vaya si te importa. Y, sí, me importa.

Claro que me importa. Maldito testigo, qué razón tienes. Qué necesarios son tus juicios cuando me dices lo que sí y lo que no estamos dispuestos a tolerar. Bendita incomodidad que te levanta del sofá y te hace llamar a las cosas por su nombre. Que te empuja a buscar. A buscarte. A encontrarte. A saber que no has perdido el norte, aunque estés al sur del sur. A entender que yo soy el sujeto en mi sintaxis. Y no el predicado de ninguna otra. Que no te deja normalizar lo que no es normal. Verás, joven Padawan, que quien sólo te trata mal a veces, es que te trata mal, sin más. Que no hay a veces, bien que lo justifique. Que las cosas no cambian sin más. Ni volverás de La Habana cargado de agua fresca. Que no bastará con un haiga nuevo, ni ceros a la derecha. Que si no remas, no avanzas. Que no hay mayor fracaso que morir de éxito. Ni mayor pecado que la soberbia. Que no se puede estar siempre, pero no ser nunca. Que no, no eres tú. Soy yo.

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